Al encender el primer cigarrillo, tanto jóvenes como adultos ignoran que esa acción seguramente los llevará a padecer la enfermedad conocida como tabaquismo. Ignoran que lo que parece una costumbre social inofensiva fácilmente puede transformarse en una acción adictiva nada fácil de abandonar.
Los riesgos del consumo de tabaco son muy graves para la salud, por lo que abandonar este vicio requiere mucho apoyo, trabajo físico y psicológico, y en casos de mayor riesgo se requieren tratamientos que impliquen el uso de fármacos e incluso terapia psicológica.
Para alguien que sufre adicción al cigarrillo, la abstinencia al dejarlo es el proceso más fuerte: los primeros cinco días son los más difíciles, por lo que la decisión debe tomarse con un mínimo plan de acción para evitar las recaídas.
En el proceso de abstinencia pueden surgir distintos síntomas, tales como sudor de manos, dolor de cabeza, irritabilidad, mareos, vértigo, pérdida de apetito, náuseas y hasta disminución de la capacidad respiratoria por la necesidad del organismo de volver a fumar, por eso es esencial que las personas que rodean al fumador le brinden todo su apoyo.
Este soporte puede expresarse con acompañamiento en actividades de distracción para que la persona que recién abandona el hábito ocupe su mente en una nueva acción y dirija su atención hacia otras actividades, por ejemplo: una caminata, algún ejercicio o un pasatiempo.
También es importante realizar una labor de contención para la persona que deja el hábito de fumar ante sus episodios de mal humor, que suelen manifestarse en momentos de ansiedad. Lo más recomendable es tener una actitud paciente y colaborativa para que no sienta una presión excesiva. Sin embargo, es importante estar pendiente y de vez en cuando preguntarle cómo se siente y si ha experimentado alguna mejoría con el transcurso de los días.
Si la persona se desenvuelve en un entorno de fumadores, se debe evitar fumar cerca de quien está viviendo el proceso de abstinencia.